jueves, 12 de agosto de 2010

FEDERICO JOVINE BERMUDEZ : POETA DOMINICANO

Federico Jovine Bermúdez, poeta, narrador y ensayista, nació en San Pedro de Macorís en 1944.
Es un miembro destacado de la promoción de Post Guerra, surgida a raíz de la guerra patriótica de abril en Santo Domingo 1965.
Ejerció las funciones de Codirector del Suplemento Cultural del periódico La Noticia y fue Comisionado de Cultura del Banco de Reservas de la República Dominicana.
Es actualmente Consejero Cultural del Presidente de la República y Asesor Cultural del Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo PRIMADA DE AMÉRICA.
Ha publicado varios libros de poesía:
Huellas de la Ira, Salvo Error u Omisión, Pablo Mamá, Ardiente Pasión por la Palabra, Textos en Contexto y su poema Don Quijote de la Mancha; de teatro: José Francisco Peña Gómez; novelas: La Última Noche del Tratante, Papá Bonito, La Huída y Osorio; Ensayos: La generación de post guerra en la poesía dominicana y A lomo de Rocinante.
Federico Jovine Bermúdez es miembro de la Unión de Escritores Dominicanos, del Ateneo Dominicano, del Ateneo de San Pedro de Macorís.

TRES CANTOS A VIVIAN REVERE.

“Para algunos espíritus sensibles los problemas familiares resultan insoportables. Ella lo tenía todo: buen colegio, belleza, dinero. Pero en su hogar, no se encontraba bien. Por eso decidió lanzarse desde un edificio de 13 pisos. La policía trató de disuadirla, pero todo fue en vano. Abajo, en la calle, la esperó la muerte. Se llamaba Vivan Revere. Tenía 16 años. Era rubia.” (UPI Radiofoto, Listín Diario).

Eras un espíritu sensible.

Apenas comenzabas a vivir, a soñar, a desear

multiplicar tus ilusiones.

Se decían en tu barrio tantas cosas bellas de ti,

que francamente Vivían,

me sorprendió que aparecieras en los periódicos

en esa desesperante lucha con la muerte.

En ese terrible intento por destruirte,

como si fuera posible que la flor se suicidara

privando al aire de su esencia.

Te refugiaste en tu espejo,

porque ya no existía la paz en tus dominios,

ya no era tuya la estación del amor.

Tenías que encontrarte.

Tenías que buscar tu lugar en el sistema.

Tu número gris de operaria,

la máquina 1300 en la factoría,

a Bill, a John,

el dancing, el bowling, el Social Security,

tu hermosa identidad de chica americana.

Irte a pasear los weekends por las autopistas

con los cabellos al viento

con enormes motores amarillos.

Copular en las cafeterías.

Adaptarte a tu momento,

a tus hot dogs humeantes.

Tus filas en los cines,

el overall numerado, las wurlitzer de las fuentes de soda.

Ese, era el mundo que te pertenecía.

El mundo del rebaño, de la masa,

el mundo gris de los sin sueños.

Te negaron el derecho al placer, a la sonrisa.

A buscar la verdad, de escapar a tu medio, a tu ambiente.

Y yo me pregunto en medio del espanto que me dio

tu figura deslizándose por el muro, si tenías derecho

a suicidarte.

Si tenías derecho a prescindir de la risa,

de impedir al viento penetrar en tu pelo,

de no dejarnos oír la suavidad de tu voz de pájaro enjaulado.

Si tenías el derecho a escalar las paredes

buscando eternizarte con la muerte.

II

Era tu destino Vivían,

no podías resistir el "Estabishment".

En esa ciudad de odios verticales que te iba cercando

cada día.

En esa ciudad de muros infranqueables que iba quemando

tus entrañas con sus notas de dolor.

Sellaste tu destino cuando comenzaste a leer los titulares del New York Time.

Cuando te diste cuenta que la muerte suspendía tu rostro

por encima de todas las multitudes.

Cuando supiste que había un Viet-Nam que segaba la vida

de los muchachos de tu escuela,

en medio de perdidos arrozales.

Que había lugares en tu democracia donde el blanco impedía

la entrada de los negros.

Que los indios no aparecían en la historia de tu pueblo.

Cuando leíste la eterna relación de los secuestros, de los

asesinatos.

La muerte de Kennedy cuando eras una niña,

la caída de aquel callado negro que predicaba el amor a sus

hermanos, derribado por un tiro en Alabama.

Todo esto iba minando tu existencia, Vivían.

El triunfo de Nixon, la extensión de la guerra.

Las drogas, las gangas, la entrega de los cuerpos,

la muerte del amor.

III

Pese a todo eso, Vivían,

no tenías derecho a suicidarte.

A pesar de tu espíritu sensible,

a pesar del colegio y del dinero,

no tenías el derecho a privarnos de tu risa.

De tus constantes ilusiones, de la blancura de tu piel.

Debiste refugiarte en el espejo, como en tu niñez.

Teníamos derecho a escuchar tu canto en otros tiempos.

¿Por qué privarte así de la existencia en esa actitud culpable

de la huida?

Debiste permanecer junto a nosotros.

Esperando el paso de los años aferrada a tus sueños.

Junto a la flor, al día y a tu pelo

batidos por el aire de Manhattan.

Por eso, Vivían,

nosotros, en medio de esta isla que nunca conociste,

no te perdonaremos nunca que partieras

en ese salto inútil al vacío...

Texto literario, escenificado e interpretado por el grupo de Poesía Coreada UASD, bajo la dirección de José Fco. Jimenez.

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