TRES CANTOS A VIVIAN REVERE.
“Para algunos espíritus sensibles los problemas familiares resultan insoportables. Ella lo tenía todo: buen colegio, belleza, dinero. Pero en su hogar, no se encontraba bien. Por eso decidió lanzarse desde un edificio de 13 pisos. La policía trató de disuadirla, pero todo fue en vano. Abajo, en la calle, la esperó la muerte. Se llamaba Vivan Revere. Tenía 16 años. Era rubia.” (UPI Radiofoto, Listín Diario).
Eras un espíritu sensible.
Apenas comenzabas a vivir, a soñar, a desear
multiplicar tus ilusiones.
Se decían en tu barrio tantas cosas bellas de ti,
que francamente Vivían,
me sorprendió que aparecieras en los periódicos
en esa desesperante lucha con la muerte.
En ese terrible intento por destruirte,
como si fuera posible que la flor se suicidara
privando al aire de su esencia.
Te refugiaste en tu espejo,
porque ya no existía la paz en tus dominios,
ya no era tuya la estación del amor.
Tenías que encontrarte.
Tenías que buscar tu lugar en el sistema.
Tu número gris de operaria,
la máquina 1300 en la factoría,
a Bill, a John,
el dancing, el bowling, el Social Security,
tu hermosa identidad de chica americana.
Irte a pasear los weekends por las autopistas
con los cabellos al viento
con enormes motores amarillos.
Copular en las cafeterías.
Adaptarte a tu momento,
a tus hot dogs humeantes.
Tus filas en los cines,
el overall numerado, las wurlitzer de las fuentes de soda.
Ese, era el mundo que te pertenecía.
El mundo del rebaño, de la masa,
el mundo gris de los sin sueños.
Te negaron el derecho al placer, a la sonrisa.
A buscar la verdad, de escapar a tu medio, a tu ambiente.
Y yo me pregunto en medio del espanto que me dio
tu figura deslizándose por el muro, si tenías derecho
a suicidarte.
Si tenías derecho a prescindir de la risa,
de impedir al viento penetrar en tu pelo,
de no dejarnos oír la suavidad de tu voz de pájaro enjaulado.
Si tenías el derecho a escalar las paredes
buscando eternizarte con la muerte.
II
Era tu destino Vivían,
no podías resistir el "Estabishment".
En esa ciudad de odios verticales que te iba cercando
cada día.
En esa ciudad de muros infranqueables que iba quemando
tus entrañas con sus notas de dolor.
Sellaste tu destino cuando comenzaste a leer los titulares del New York Time.
Cuando te diste cuenta que la muerte suspendía tu rostro
por encima de todas las multitudes.
Cuando supiste que había un Viet-Nam que segaba la vida
de los muchachos de tu escuela,
en medio de perdidos arrozales.
Que había lugares en tu democracia donde el blanco impedía
la entrada de los negros.
Que los indios no aparecían en la historia de tu pueblo.
Cuando leíste la eterna relación de los secuestros, de los
asesinatos.
La muerte de Kennedy cuando eras una niña,
la caída de aquel callado negro que predicaba el amor a sus
hermanos, derribado por un tiro en Alabama.
Todo esto iba minando tu existencia, Vivían.
El triunfo de Nixon, la extensión de la guerra.
Las drogas, las gangas, la entrega de los cuerpos,
la muerte del amor.
III
Pese a todo eso, Vivían,
no tenías derecho a suicidarte.
A pesar de tu espíritu sensible,
a pesar del colegio y del dinero,
no tenías el derecho a privarnos de tu risa.
De tus constantes ilusiones, de la blancura de tu piel.
Debiste refugiarte en el espejo, como en tu niñez.
Teníamos derecho a escuchar tu canto en otros tiempos.
¿Por qué privarte así de la existencia en esa actitud culpable
de la huida?
Debiste permanecer junto a nosotros.
Esperando el paso de los años aferrada a tus sueños.
Junto a la flor, al día y a tu pelo
batidos por el aire de Manhattan.
Por eso, Vivían,
nosotros, en medio de esta isla que nunca conociste,
no te perdonaremos nunca que partieras
en ese salto inútil al vacío...
Texto literario, escenificado e interpretado por el grupo de Poesía Coreada UASD, bajo la dirección de José Fco. Jimenez.
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