jueves, 7 de mayo de 2009

SALOMÉ UREÑA DE HENRÍQUEZ (1850 – 1897)

SALOMÉ UREÑA Nació en Santo Domingo. Fue poetisa ( o como le dicen ahora, poeta ) y Educadora. Todavía se le considera como la figura central de la poesía lírica dominicana de mediados del siglo XIX. También innovadora de la educación femenina en el país.
Fue hija del también escritor Nicolás Ureña de Mendoza. Sus primeras lecciones las tomó de su madre Gregoria Díaz. Más tarde su padre la llevó de la mano en la lectura de los clásicos, tanto españoles como franceses, por consiguiente, la joven Salomé alcanzó una educación y formación intelectual y literaria que la ayudaría a involucrarse con el mundo literario del país.
Se casó con el escritor, médico y abogado Francisco Henríquez y Carvajal. Su presencia en el parnaso dominicano es una expresión genuina y precisa de las vivencias de una mujer dulce y a pesar de ello atribulada, de una mujer enérgica, tenaz y a la vez debilitada por los sinsabores de la vida familiar y de la mala salud. En su poesía, como se ha señalado subyace una ideología de la feminidad así mismo creemos nosotros que congrega el amor por la educación, al progreso y el amor por los valores mas sustanciales de la dominicanidad. .Alentada por su esposo, en 1881 instituyó en el país el primer centro femenino de enseñanza superior, nombrado Instituto de Señoritas.
A los cinco años de su iniciación, se diplomaron las primeras seis maestras normales. Salome Ureña de Henríquez, maestra forjadora de a la primera gran legión de educadoras formales de nuestra historia, escritora de prosa y poesia cuidada y limpia ,civilista cabal, madre amorosa y abnegada.
Ella es acopio de muchas virtudes ejemplares digna de ser recodada por siempre.
Publicó sus primeros poemas a la edad de 17 años. Su estilo nítido y espontáneo se manifiesta muchas veces lleno de ternura, como ocurre en El Ave y el Nido, en otras se vuelve trágico, como “ En horas de angustia “ y otras veces su verso se torna viril y patriótico como en “A la Patria “ y en “ Ruinas”. La poetisa cantó a su patria, a su panorama hermoso, a sus hijos, a su esposo, a las flores, a la isla misma, como ocurre en La llegada del invierno.
Murió relativamente joven a la edad de 47 años,

Ruinas

Memorias venerandas de otros días,

soberbios monumentos,

del pasado esplendor reliquias frías,

donde el arte vertió sus fantasías,

donde el alma expresó sus pensamientos.

Al veros ¡ay! con rapidez que pasma

por la angustiada mente

que sueña con la gloria y se entusiasma

la bella historia de otra edad luciente.

¡Oh Quisqueya! Las ciencias agrupadas

te alzaron en sus hombros

del mundo a las atónitas miradas;

y hoy nos cuenta tus glorias olvidadas

la brisa que solloza en tus escombros.

Ayer, cuando las artes florecientes

su imperio aquí fijaron

y tuviste creaciones eminentes,

fuiste pasmo y asombro de las gentes,

y la Atenas moderna te llamaron.

Aguila audaz que rápida tendiste

tus alas al vacío

y por sobre las nubes te meciste:

¿por qué te miro desolada y triste?

¿dó está de tu grandeza el poderío?

Vinieron años de marguras tantas,

de tanta servidumbre;

que hoy esa historia al recordar te espantas,

porque inerme, de un dueño ante las plantas,

humillada te vió la muchedumbre.

Y las artes entonces, inactivas,

murieron en tu suelo,

se abatieron tus cúpulas altivas,

y las ciencias tendieron, fugitivas,

a otras regiones, con dolor, su vuelo.

¡Oh mi Antilla infeliz que el alma adora!

Doquiera que la vista

ávida gira en tu entusiasmo ahora,

una ruina denuncia acusadora

las muertas glorias de tu genio artista.

¡Patria desventurada! ¿Qué anatema

cayó sobre tu frente?

Levanta ya de tu indolencia extrema:

la hora sonó de redención suprema

y ¡ay, si desmayas en la lid presente!

Pero vano temor: ya decidida

hacia el futuro avanzas;

ya del sueño despiertas a la vida,

y a la gloria te vas engrandecida

en alas de risueñas esperanzas.

Lucha, insiste, tus títulos reclama:

que el fuego de tu zona

preste a tu genio su potente llama,

y entre el aplauso que te dé la fama

vuelve a ceñirte la triunfal corona.

Que mientras sueño para ti una palma,

y al porvenir caminas,

no más se oprimirá de angustia el alma

cuando contemple en la callada calma

la majestad solemne de tus ruinas.

(1876)

A la Patria

Desgarra, Patria mía, el manto que vilmente,

sobre tus hombros puso la bárbara crueldad;

levanta ya del polvo la ensangrentada frente,

y entona el himno santo de unión y libertad.

Levántate a ceñirte la púrpura de gloria

¡oh tú, la predilecta del mundo de Colón!

Tu rango soberano dispútale a la historia,

demándale a la fama tu lauro y tu blasón.

Y pídele a tus hijos, llamados a unión santa,

te labren de virtudes grandioso pedestal,

do afirmes para siempre la poderosa planta,

mostrando a las naciones tu título inmortal.

Y deja, Patria amada, que en el sonoro viento

se mezclen a los tuyos mis himnos de placer;

permite que celebre tu dicha y tu contento,

cual lamenté contigo tu acerbo padecer.

Yo ví a tus propios hijos uncirte al férreo yugo,

haciéndote instrumento de su venganza cruel;

por cetro te pusieron el hacha del verdugo,

y fúnebres cipreces formaron tu dosel.

Y luego los miraste proscritos, errabundos,

por playas extranjeras llorosos divagar;

y tristes y abatidos los ojos moribundos

te ví volver al cielo cansados de llorar.

Tú sabes cuántas veces con tu dolor aciago

lloré tu desventura, lloré tu destrucción,

así cual de sus muros la ruina y el estrago

lloraron otro tiempo las hijas de Sión.

Y sabes que, cual ellas, colgué de tus palmares

el arpa con que quise tus hechos discantar,

porque al mirar sin tregua correr tu sangre a mares

no pude ni un acorde sonido preludiar.

Mas hoy que ya parece renaces a otra vida,

con santo regocijo descuelgo mi laúd,

para decir al mundo, si te juzgó vencida,

que, fénix, resucitas con nueva juventud;

que ostentas ya por cetro del libre el estandarte

y por dosel tu cielo de nácar y zafir,

y vas con el progreso, que vuela a iluminarte,

en pos del que te halaga brillante porvenir;

que ya tus nuevos hijos se abrazan como hermanos,

y juran devolverte tu angustia dignidad,

y entre ellos no se encuentran ni siervos ni tiranos,

y paz y bien nos brindan unión y libertad.

¡Oh Patria idolatrada! Ceñida de alta gloria

prepárate a ser reina del mundo de Colón:

tu rango soberano te guarda ya la historia,

la fama te presenta tu lauro y tu blasón.

(1874)

No hay comentarios: