El arte es eterno, la pintura es sagrada en si misma y la vida es breve, pues cada artista, realmente hondo, trata de no olvidarlo en la vida, porque el arte no solo supone temperamento, condición primera, sino que sobre todo, paciencia nunca lograda y satisfecha. El solo hecho de pintar lo que fuere y como fuere, es síntoma alentador, balance bueno de una labor que ha de continuar mejor. Y ya vendrá la obra grande, lo importante es no apresurarla y prepararla con pasión, pero sin desmayo, con lentitud pero con seguridad en el fin ideal.
Esta nueva entrega que nos brinda Juan José Sánchez, llena de sentimiento intimo, de visión interior que tiene de la vida, de la historia y la naturaleza, capaz de concebir como espacio o ejercicio de libertad y como verdad de su conciencia y sensibilidad creadora, nos revela la fuerza temática que se alcanza creando telas sólo con elementos paisajístico es verdaderamente inagotable.
Los cuadros de Juan José Sánchez suscitan en el espectador una impresión óptica, sutil, plena de poesía...
Se piensa en las formas quietas de las estratificaciones de los cristales; en los extraños ángulos que la luz dibuja en las tinieblas; en vías lácteas que fulguran en los espacios siderales; en música sólo perceptible a los ojos.
Un profundo sentimiento de armonía envuelve toda su pintura de un halo de pureza. Y él está ahí, desnudándose en sus telas. El crea y recrea. Renace la naturaleza toda. Apasionado, recorre el camino de la belleza en una verdadera concepción estética del arte.
En sus acrílicos denota color, clima de color, libertad, Sol, viveza, elegancia. Asegura que el arte es una actividad social, un poderoso elemento de vida, y sus emociones han de tener una misión : iniciar al pueblo en el culto a la belleza.
Téngase en cuenta estas aseveraciones, pronunciadas en momentos en que estamos, en República Dominicana, en plena danza de un arte finísimo, exquisito, sensorial, de colores cálidos y musicales.
La naturaleza se filtró por los cristales transparentes de su alma y así entrega la niñez en la ciudad de Moca, su adolescencia y la vida toda en República Dominicana. Juan José se detuvo, miró las entrañas de la tierra, le robó y le arrancó sus secretos más íntimos y se adueñó de su optimismo vital. Estalló su sentimiento todo y jugó, sí, jugó con la simpleza de los arboles, con la calidez de las piedras, con la frescura de las aguas, con las maltrechas casas campesinas y se hizo poeta del color.
Este artista se entrega a las combinaciones de líneas, superficie, que aunque parezcan improvisadas son el resultado de una búsqueda sutil, tenaz, afanosa; tales elementos están organizados de acuerdo con una lógica particularísima.
En la mayoría de sus obras se asiste a una trascendencia de estilo, cuyo realismo fantástico sustenta la expresión paisajística que le ha brindado evidentes éxitos en su amplísimo repertorio pictórico.
Lo misterioso y lo fantástico se desprenden de las cosas de la naturaleza que ama, pero no los busca, le llega solo, pero no por el conducto del sueño sino de la naturaleza primaria.
Es un hombre que ama la pintura, y las pone en servicio activo y quiere ubicarlas con fidelidad junto a la bandera y/o cosmovisión del ecologismo filosófico, esa concepción post-moderna que reivindica la memoria y el tiempo, como si se tratará de un instrumento para la meditación que simbólicamente sentimos.
José Fco. Jiménez S.
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