viernes, 4 de diciembre de 2009

INGRESO DEL DOCTOR CELEDONIO JIMENEZ A LA ACADEMIA DE CIENCIAS DE LA REPUBLICA DOMINICANA

Momento en que el doctor Celedonio Jiménez leía el discurso de ingreso a la Academia de ciencias de la República Dominicana, titulado"La problemática de los valores y pedagogía del ejemplo". Acto de designación como miembro de numero de la Academia, el 3 de diciembre 2009.
Señores del Consejo Directivo de la Academia de Ciencias de la República Dominicana.
Autoridades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), aquí presentes.
Queridos familiares, amigos y amigas presentes.
Agradezco, desde lo más íntimo de mi ser, al Consejo Directivo de la Academia de Ciencias de la República Dominicana, por acogerme como miembro de número de esta prestigiosa institución de ciencias. Esta acogida la valoro no sólo por el reconocimiento y honor que se me hace, sino también por la generosidad y apertura que esta designación y las demás recién realizadas expresan de sus altos directivos.
Para esta tan significativa ocasión he elegido como tema de mi discurso de orden, la problemática axiológica. La selección de esta materia no es casual, sino producto de la convicción de que tratar la problemática de los valores en momentos en que prevalece una honda y justificada preocupación sobre el derrotero que sigue la sociedad dominicana, es de una necesidad y pertinencia fundamental.
Antes de abordar las situaciones de nuestro país que explican la dimensión que ha alcanzado el tema de los valores, deseamos centrar nuestro enfoque en torno a algunas disquisiciones teóricas sobre la problemática de los valores.
Así, diremos, que la problemática de los valores, de constituir una cuestión de exclusivo tratamiento por algunos juristas, pedagogos, filósofos, psicólogos o sociólogos, ha pasado a ser tema de interés para la casi totalidad de los profesionales, constituyendo hoy una materia de opinión y discusión masiva de la población.
En la actualidad el tema de los valores está bien difundido, formando parte del discurso de todos los actores de la sociedad.
Hay que señalar que en la medida en que en República Dominicana ha irrumpido una gran variedad de actos delincuenciales y criminales, en la medida se han entronizado la violencia, la corrupción, la impunidad, etc., en esa proporción ha emergido el tema de los valores, para desde ese enfoque aportar a la explicación de diversos problemas nacionales.
Podemos encontrar sobre la temática, entre las posiciones más comunes, las que sentencian que se han “perdido” los valores o que los valores han entrado en “decadencia”. Estos planteamientos comportan la presunción, a nuestro juicio equivocada, de que en las actuaciones de los individuos hoy día, están ausentes los valores, o que éstos están cada vez menos presentes. A nuestro entender ni se actúa sin valores, ni estos están cada vez menos presentes. Lo que se podría sostener es que las actuaciones o comportamientos predominantes en la actualidad están fundamentados en valores comúnmente signados como negativos.
Debo explicar que desde una perspectiva sociológica, cuando se habla de valores, no debemos verlos como estimaciones per se positivas, sino como estimaciones o cualificaciones que pueden ser de signo positivo o negativo. Se habla de valores como atributos que ocupan un lugar dentro de una jerarquía con rangos de escalas, ya sean estas positivas o negativas.
Otras posiciones enfatizan más bien lo que se denomina “inversión” de valores. Aquí no se plantea que haya pérdida de valores, sino que se alude a que en la actualidad prevalecen los valores que en el pasado ocupaban un rango bajo o negativo.
Este punto de vista nos plantea, por ejemplo, que si en el pasado predominaba en la conducta de la población el valor de la solidaridad, hoy predomina el individualismo; si prevalecía el valor cooperación hoy prevalece la competencia; si predominaba la integridad hoy predomina la deshonestidad, etc.
Otra de las expresiones con que se procura aludir o explicar algunas de las situaciones que padece nuestra sociedad es la de “crisis” de valores. Concepto también cuestionado, pues para autores como el extinto filósofo italiano Norberto Bobbio, no hay período histórico que no haya sido juzgado como un período de crisis, destacando éste que de crisis ha oído hablar en todas las épocas de su vida.
Es justo significar, sin embargo, que cuando se habla de crisis se quiere aludir a una transición caracterizada por la vaguedad o la falta de definiciones claras.
Con señalamientos enfrentados a la propuesta sobre la “pérdida” o el derrumbe de los valores, encontramos al sociólogo alemán Ulrich Beck, quien en “Hijos de la libertad” propone más bien lo que el denomina “transformación”, “cambio” de los valores (1999, Pág. 17). Este autor identifica el planteamiento sobre el derrumbe de los valores como una corriente asimilada al pesimismo intelectual.
En un tono aún más confrontacionista con la posición sobre la llamada decadencia de los valores en la sociedad actual, podemos mencionar a Gilles Lipovetsky, autor de “Los tiempos hipermodernos”, quien señala que tal decadencia es un mito, y que lo que se da es la existencia de valores en conflictos o valores en crisis, en vez de la proclamada crisis de valores.
Entendemos la problemática de los valores como una temática de completa pertinencia en la actualidad, al margen de estas disquisiciones y de ciertos tipos de discursos que asumen su reivindicación como una nostálgica evocación del pasado, que clama por conductas conservadoras superadas por la realidad.
SOCIEDAD DOMINICANA Y PROBLEMAS DE LOS VALORES HOY
Independientemente de los distintos enfoques o discursos confrontados sobre el problema de los valores, somos de opinión de que esta problemática y discusión tiene hoy entera justificación, pues de lo contrario ¿cómo encontrar explicación a que personas ricas, detentadoras de fortunas, hayan incurrido, desde sus posiciones de gerencia en diferentes bancos privados, en actos fraudulentos que desencadenaron en todo el país una de sus peores crisis económicas? ¿Cómo explicar que mozalbetes se dediquen a asaltar, y luego de despojar a sus víctimas del móvil de sus actos, las acribillen inmisericordemente? ¿Cómo explicar que un significativo número de muchachos y muchachas se encuentren recluidos actualmente en centros de internamiento, por haber incurrido en graves actos criminales como el homicidio?
La fuerte irrupción de la violencia en la sociedad dominicana constituye hoy uno de los más importantes y preocupantes problemas. Cada vez más nuestra sociedad se ha hecho violenta. Una violencia que crece en cantidad e intensidad. Por ejemplo, mientras en 1999 la tasa de homicidio en el país fue de 14.1 por cada 100,000 habitantes, en el 2007 dicha tasa se elevó a 18.5. Estos datos son recogidos en la Memoria anual 2007, de la Policía Nacional. Tan grave es la violencia expresada en los homicidios, que la prensa nacional ha dado cuenta de que hoy por hoy los homicidios constituyen la principal causa de muerte en la población masculina de la República Dominicana.
No podemos dejar de anotar aquí la grave responsabilidad de la Policía Nacional en el incremento de los actos de violencia y de homicidios en el país, a través de los llamados “intercambios de disparos” por los que han sido muertos centenares de personas que debieron ser sometidos a procesos judiciales.
Respecto a los feminicidios, que constituyen una de las expresiones más bochornosas de nuestro deterioro social, la Secretaría de Estado de la Mujer ha cuantificado en 204 el número de casos ocurridos en el 2008, es decir 31 más que los sucedidos en el 2007.
En todos estos casos de violencia debemos significar que incide como factor importante una injustificada y pervertida relación de poder, establecida para imponer tratos opresivos y arbitrarios.
Como sociedad nos corroe la corrupción administrativa, pública y privada, y peor aun es el caso de la impunidad.
¡Qué malo y deprimente es observar, que cada vez más personas hagan o se metan en cualquier cosa por dinero! Ahí está la horrorosa presencia del narcotráfico en la República Dominicana, la que todo el mundo conoce que cuenta con la participación de grupos dentro de las altas instancias del poder político, económico y militar.
¡Y qué decir de nuestra inequidad social! Las diferencias o las desigualdades sociales han llegado a un punto en que, sin exageración ninguna, podemos decir que cada vez más nos escindimos en dos sociedades: la de los pocos que tienen muchísimo, y la de los muchos que tienen muy poco.
Datos oficiales suministrados por el Banco Central de la República Dominicana a través de sus boletines, dan cuenta de la tremenda brecha de desigualdad social en el país, expresada en el hecho de que en el 2004 un 20% de la franja más rica de la población percibió el 55.4% de la renta nacional, en tanto que el 20% más pobre de dicha población apenas recibió un 4% de la misma.
Bien semejante debe ser nuestra realidad actual a aquella que llevó a Habacuq, escritor de uno de los textos bíblicos, a formular preguntas, recriminaciones y aseveraciones como estas:
“¿Hasta cuándo, Yavé, te pediré socorro sin que tu me hagas caso, y te recordaré la opresión sin que tú salves?..... Sólo observo robos y atropello y no hay más que querellas y altercados… la ley está sin fuerza y no se hace justicia. Como los malvados mandan a los buenos, no se ve más que derecho torcido”.
Son de tal dimensión o alcance nuestros males y problemas, que nos atrevemos a decir que en el país está en entredicho el sistema mismo. Somos una sociedad con un sistema dañado. Somos una sociedad cuyas columnas de sostén se tambalean.
Vivimos una seria crisis ética y de valores en nuestra sociedad. La misma presenta como algunos de sus rasgos más connotados, los siguientes:
• Una equivocada noción de pragmatismo y doblez o confusión respecto a lo que es el bien actuar. Para muchos, “aprovechar” las oportunidades de enriquecimiento que se ofrecen es ser realista, práctico. Lo demás es mero romanticismo. Una significativa cantidad de personas e instituciones en nuestro país habla de ética, pero su práctica está distante de ella.
• Un generalizado embotamiento de la sensibilidad frente a los actos o conductas reprobables. En el país se habla de la pérdida de la “capacidad de asombro” frente a una serie de actos que espantan y sobrecogen.
• Una subestimación de la vida humana. La cantidad de vidas sacrificadas como resultado de actos delincuenciales, violencia callejera o intrafamiliar, accidentes de tránsito, etc., son una prueba de dicha subestimación. Hasta el pasado noviembre en el país habían muerto 1,584 personas en accidentes de tránsito en el presente año.
• Un irrespeto al derecho del otro, a la ley y a las normas éticas. Este irrespeto es denunciado constantemente; pero hay la sensación de que esta denuncia sólo tiene consecuencias en casos muy específicos.
• La entronización en amplias capas de la sociedad de un intenso afán de tener, ostentar y consumir sin tomar en cuenta medios o maneras. Para muchos que carecen de recursos, las crecientes exigencias de la sobre vivencia los empuja a incurrir en actos que saltan a la normas morales y a los principios éticos.
Creemos que hoy estamos en un momento de pasar revisión reflexiva a nuestra historia para ver qué ha pasado, qué nos ha influido y nos determina en la actualidad negativamente.
Esta revisión es urgente, es imprescindible, a los fines de recargar las grandes potencialidades, voluntades y reservas positivas que tenemos y que nos permitirían arribar pronto a esa luz a final del túnel que ansiamos alcanzar.
VALORES Y PEDAGOGIA DEL EJEMPLO
Numerosos son los agentes socializadores que sirven para la transmisión de valores. Esta transmisión suele iniciarse en la familia, y más luego es asumida por la institución educativa. Resulta, sin embargo, que con los serios obstáculos (por factores propios y externos) que tanto la familia como la educación confrontan, su labor orientadora se ve altamente limitada.
La reducción de la paternidad responsable, los reducidos salarios e ingresos de la familia que obliga al pluriempleo o a la emigración de muchos jefes de familias, el despojo de gran parte de la tradicional labor socializadora de la familia, por los medios informáticos y de comunicación, son factores que inciden en su limitación como transmisor de valores.
Los conflictos intergeneracionales que se dan hoy en la familia son de tal magnitud en muchos casos, que se puede hablar de dos mundos distintos para padres e hijos. Las maneras en que ven la realidad y se relacionan con ella, sus gustos musicales, sus hábitos y valores, su visión de la política, sus utopías, revelan la existencia de una gran brecha de diferencias entre unos y otros.
Los niños y adolescentes dedican hoy tanto tiempo al contacto con variados medios transmisores de valores ajenos a la familia y a la escuela, que se puede afirmar que hoy no necesariamente los niños y jóvenes son hechuras plenas de los padres ni de la escuela.
Iguales limitantes pueden señalarse de la educación, por lo menos en su sector público. Son tales las precariedades de la educación en este sector, y tan bajo su presupuesto, que bien podemos decir que ésta, junto a salud, se ha convertido en la gran cenicienta.
Hasta noviembre del año que transcurre la ejecución del presupuesto para el sector apenas llegaba hasta el 1.5 % del Producto Interno Bruto (PIB)
En este orden, sé que no descubrimos nada nuevo si referimos que muchos de los males que hoy observamos en nuestra sociedad son producto directo de la precaria atención a la educación.
A estas serias dificultades se agregan otras que traban el proceso de transmisión de los valores positivos y que hacen que este proceso se de en un esfuerzo contra-corriente.
Nos referimos al negativo ejemplo que dan instituciones como el Congreso Nacional, tribunales de justicia, estructuras como los partidos políticos, grupos dentro de los aparatos armados, etc. Es decir, instituciones e instancias del poder.
La conducta de los congresistas legislando groseramente en su propio provecho; la pasividad o venalidad de la justicia frente a una multiplicidad de actos deleznables; las malas artes y el mercantilismo de políticos y altos funcionarios, constituyen pésimos ejemplos para el desenvolvimiento de la juventud dominicana.
Es una lastima tener que decir que en días recientes, a través de uno de los editoriales de prensa, se denominó a los partidos del sistema como los “paladines del mal ejemplo”.
El penoso maleamiento de los partidos políticos del país, y sobre todo de los grandes partidos, encuentra uno de sus orígenes en el burdo pragmatismo que despoja el quehacer político de toda consideración ética y hace descansar la validez de su desempeño en el éxito o la conveniencia.
Dentro de esos partidos no parecen jugar hoy un papel significativo las ideologías, los principios, los programas. Por eso el tránsito de militantes y dirigentes de un partido a otro, sin mucho reparo.
El efecto negativo en la campaña por la educación en valores es más funesto en tanto no está sólo ligado al comportamiento de personas aisladas, sino al de las instituciones, muchas de las cuales surgen, según la visión de Thomas Hobbes y de Juan Jacobo Rousseau, para salvar la incapacidad de los seres humanos de convivir al margen de ellas.
Para nutrir los valores y redimensionar el comportamiento de los dominicanos y dominicanas fundamentado en los valores positivos, no basta con proclamar los valores, ni con decir que se quiere. Para alimentar los valores lo fundamental no es lo que se dice, sino lo que se hace. No puede transmitir el valor de la responsabilidad un maestro que no lo es, o enseñar el valor de la honestidad un padre que no es honesto.
valores no es tarea fácil.
Se requieren cambios culturales profundos, pues como sostiene Luis Racionero, autor del premiado ensayo titulado “Del paro al ocio”, los valores son “como los cromosomas del cuerpo cultural, el código genético que programa automáticamente cómo habrán de conformarse todas las formas culturales”.
El esfuerzo a favor de transmitir los valores demanda voluntad diaria. Ejemplo diario. Es una tarea que demanda total conciencia de que la mejor manera de predicar los valores es vivirlos. Que la mejor pedagogía para enseñarlos es practicarlos a diario, en la casa, en el trabajo, en la escuela, en la universidad, en la calle, en los escenarios políticos.
Dado que hoy es urgente que la escuela forme individuos de un ejemplar comportamiento ciudadano, y conscientes de que las demostraciones o modelos de vida son las formas efectivas de transmitir valores, proponemos que la institución educativa y la sociedad dominicana toda, se aboquen a educar en valores en base a la pedagogía del ejemplo. Pedagogía que deberá auxiliarse de una serie de técnicas y recursos innovadores, pero que deberá tener como centro el ejemplo del bien actuar.
Finalmente, y al tiempo de reiterar mis más sentidas gracias a la Academia de Ciencias de la República Dominicana, y de agradecer la honrosa presencia de ustedes, ruego porque estas reflexiones induzcan a actuaciones que contribuyan a la construcción de una sociedad justa y digna, con igualdad de oportunidad para todas y todos.
Muchas gracias.

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