miércoles, 23 de abril de 2008

Pablo Neruda : SIEMPRE.

La América española nos envía constantemente poetas de diferentes valía, de diversas capacidades y técnicas, y de incuestionable calidad como lo es el chileno Pablo Neruda , que da al idioma español una riqueza única. Para Neruda la poesia se homologa con la naturaleza como un hijo con su madre. La naturaleza lo fascina, lo embriaga y aguza en él la captación sensible, estimula la posesión sensual y a su vez la entrega sentimental. Además la consubstanciación con la materia terrestre, esa fusión con todo lo viviente que se traducirá despues en efusión verbal. Pues le aconsejamos oir y leer con atención a este gran poeta a través de las interpretaciones del grupo de poesia coreada UASD, y tratar de conmoverse con él, cada uno a su manera. Siempre Pablo Neruda, es un recital poetico realizado por el equipo de poesia UASD, como parte de los festejos del 443 Aniversario de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Es importante significar que Neruda se levanta con un tono nunca igualado en América, de pasión, de ternura, de sinceridad y les fallan dos elementos con los que han vivido tantos falsos poetas : el odio y la iroinía.
Los textos escogidos para dicha presentacion y/o recital poetico audiovisual pertenecen a las más variadas épocas de sus amplísima coleción de textos literarios literarios y que bajo sus líneas presentan diversos tópicos de vivencias y realidades del hombre de hoy.
El trabajo de escogencia y montaje de los textos fue realizado por José Fco. Jiménez, director de entonces de poesia coreada UASD.
Poema Oda A La Poesía
de Pablo Neruda


Cerca de cincuenta años
caminando contigo, Poesía.
Al principio
me enredabas los pies
y caía de bruces
sobre la tierra oscura
o enterraba los ojos
en la charca
para ver las estrellas.
Más tarde te ceñiste a mí
con los dos brazos de la amante
y subiste
en mi sangre
como una enredadera.
Luego
te convertiste en copa.
 Hermoso fue ir derramándote sin consumirte,
ir entregando tu agua inagotable,
ir viendo que una gota caída
sobre un corazón quemado
y desde sus cenizas revivía.
Pero no me bastó tampoco.
Tanto anduve contigo
que te perdí el respeto.
Dejé de verte como
haya de vaporosa
te puse a trabajar de lavandera,
a vender pan en las panaderías,
a hilar con las sencillas tejedoras,
a golpear hierros en la metalurgia.
Y seguiste conmigo andando por el mundo,
pero tú ya no eras
la florida estatua de mi infancia.
Hablabas ahora con voz férrea.
Tus manos fueron duras como piedras.
Tu corazón fue un abundante manantial de campanas,
elaboraste pan a manos llenas,
me ayudaste a no caer de bruces,
me buscaste compañía,
no una mujer,
no un hombre,
sino miles, millones.
Juntos, Poesía,
fuimos al combate, a la huelga,
al desfile, a los puertos,
a la mina,
y me reí cuando saliste con la frente manchada de carbóno
coronada de aserrrín fragante de los aserraderos.
Y no dormíamos en los caminos.
Nos esperaban grupos de obreros
con camisas recién lavadas y banderas rojas. Y tú, Poesía,
antes tan desdichadamente tímida,
a la cabeza fuiste
y todos se acostumbraron a tu vestidura de estrella cotidiana,
porque aunque algún relámpago delató tu familia
cumpliste tu tarea,
tu paso entre los pasos de los hombres.
Yo te pedí que fueras utilitaria y útil,
como metal o harina,
dispuesta a ser arado,
herramienta,pan y vino,
dispuesta, Poesía,
a luchar cuerpo a cuerpo y a caer desangrándote. Y ahora,Poesía,
gracias, esposa,hermana o madreo novia,
gracias, ola marina,azahar y bandera,motor de música,
largo pétalo de oro,campana submarina,
granero inextinguible,
gracias, tierra de cada uno de mis días,
vapor celeste y sangre de mis años,
porque me acompañaste desde la más enrarecida altura
hasta la simple mesa de los pobres,
porque pusiste en mi alma sabor ferruginoso
y fuego frío,
porque me levantaste hasta la altura insigne
de los hombres comunes,
Poesía, porque contigo mientras me fui gastando
tú continuaste desarrollando tu frescura firme,
tu ímpetu cristalino,
como si el tiempo que poco a poco
me convierte en tierra
fuera a dejar corriendo eternamente
las aguas de mi canto.


Oda a Paul Robeson


Antes
él aún no existía.
Pero su voz
estaba
allí, esperando.
La luz
se apartò de la sombra,
el día
de la noche,
la tierra
de las primeras aguas.
Y la voz de Paul Robeson
se apartò del silencio.
Las tinieblas querían
sustentarse. Y abajo
crecían las raíces.
Peleaban
por conocer la luz
las plantas ciegas,
el sol temblaba, el agua
era un boca muda,
los animales
iban transformándose:
lenta,
lentamente
se adaptaban al viento
y a la lluvia.
La voz del hombre fuiste
desde entonces
y el conto de la tierra
que germina,
el río, el movimiento
de la naturaleza.
Desatò la cascada
su inagotable tureno
sobre tu corazòn, como si un río
cayera en una piedra
y la piedra contara
con la boca
de todos los callados,
hasta que todo y todos
en tu voz
levantaron
hacia la luz su sangre,
y tierra y cielo, fuego y sombra
y agua,
subieron con tu canto.
Pero
más tarde
el inundo
se oscureciò de nuevo.
Terror, guerra
y dolores
apagaron
la llama verde,
el fuego
de la rosa
y sobre
las ciudades
cayò
polvo
terrible,
ceniza
de los asesinados.
Iban
hacia los hornos
con un número
en la frente
y sin cabellos,
los hombres, las mujeres,
los ancianos, los niños
recogidos
en Polonia, en Ucrania,
en Amsterdam, en Praga.
Otra vez
fueron
tristes
las ciudades
y el silencio
fue grande,
duro,
como piedra de tumba
sobre un corazòn vivo,
como una mano muerta
sobre la voz de un niño.
Entonces
tú, Paul Robeson,
cantaste.
Otra vez
se oyò sobre la tierra
la poderosa
voz
del agua
sobre el ruego,
la solemne, pausada, ronca,
pura
voz de la tierra
recordándonos
que aún
éramos hombres,
que compartíamos
el duelo y la esperanza.
Tu voz
nos separò del crimen,
una vez más
apartò
la luz de las tinieblas.
Luego
en Hiroshima
cayò
todo el silencio,
todo.
Nada
quedò:
ni un pájaro equivocado en
una venrana fallecida,
ni una madre
con un
niño que llora,
ni el eco
de una usina,
ni
la
voz
de
un
violín
agonizante.
Nada.
Del cielo
cayò todo el silencio
de la muerte.
Y enronces
otra
vez,
padre,
hermano,
voz
del hombre
en su resurrecciòn
sonora,
en su
profundidad,
en su esperanza,
Paul,
cantaste.
Otra vez
tu corazòn de río
fue más alto,
más
ancho
que el silencio.
Yo sería
mezquino
sí te coronara
rey de la voz
del negro,
sòlo
grande en tu raza,
entre tu bella
grey
de música y marfil,
que sòlo para oscuros
niños
encadenados por los amos
crueles,
cantas.
No,
Paul Robeson,
tú,
junto
a Lincoln
cantabas,
cubriendo
el cielo con tu voz sagrada,
no sòlo
para negros,
para los pobres negros,
sino para los pobres
blancos,
para
los pobres indios,
para todos
los pueblos.

Paul
Robeson,
no
te quedaste mudo
cuando
a Pedro o a Juan
le pusieron los muebles
en la calle, en la lluvia,
o cuando
los milenarios sacrifícadores
quemaron
el doble corazòn
de los que ardieron
como cuando
en mi patria
el trigo crece en tierra de
volcan
nunca
dejaste
tu canciòn: caía
el hombre y tú
lo levantabas,
eras a veces
un subterráneo
río,
algo
que apenas
sostenía la luz
en las tinieblas,
la última
espada
del honor
que moría,
el postrer rayo
herido,
el trueno inextinguible.
El pan del hombre,
honor,
lucha,
esperanza,
tú lo defiendes,
Paul
Robeson.
La luz del hombre,
hijo
del sol,
del nuestro,
sol
del suburbio
americano
y de las nieves
rojas
de los Andes:

proteges nuestra luz.
Canta,
camarada,
canta,
hermano
de la tierra,
canta,
buen
padre
del fuego,
canta
para rodos nosotros,
los que viven
pescando,
clavando clavos con
viejos martillos,
hilando
crueles
hilos de seda,
machacando la pulpa
del papel, imprimiendo,
para
todos
aquellos
que
apenas
pueden cerrar los ojos
en la cárcel,
despertados
a medianoche,
apenas
seres
humanos
entre dos torturas,
para los que combaten
con el cobre
en la
desnuda
soledad andiana,
a cuatro
mil
metros de altura.
Canta,
amigo
mío,
no dejas
de cantar:

derrotaste
el silencio
de los ríos
que no tenían voz
porque llevaban
sangre,
tu voz habla por ellos,
canta,
tu voz
reúne
a muchos hombres
que no
se conocían.
Ahora
lejos,
en los magnéticos Urales
y en la perdida
nieve
patagònica,
tú, cantando,
atraviesas
sombra,
distancia,
olores
de mar y matorrales,
y el oído
del
joven
fogonero,
del cazador errante,
del vaquero
que se quedò de pronto solo
con su guitarra,
te escuchan.
Y en su prisiòn perdida, en
Venezuela,
Jesús Faría,
el noble, el luminoso,
oyò el trueno sereno
de tu canto.
Porque tú cantas
saben que existe el mar
y que el mar canta.
Saben que es libre el mar,
ancho y florido,
y así es tu voz, hermano.
Es nuestro el sol. La tierra
será nuestra.
Torre del mar, tú seguirás
cantando


A MI PARTIDO

Me has dado la fraternidad hacia el que no conozco.
Me has agregado la fuerza de todos los que viven.
Me has vuelto a dar la patria como en un nacimiento.
Me has dado la libertad que no tiene el solitario.
Me enseñaste a encender la bondad, como el fuego.
Me diste la rectitud que necesita el árbol.
Me enseñaste a ver la unidad y la diferencia de los hombres.
Me mostraste cómo el dolor de un ser ha muerto en la victoria de todos.
Me enseñaste a dormir en las camas duras de mis hermanos.
Me hiciste construir sobre la realidad como sobre una roca.
Me hiciste adversario del malvado y muro del frenético.
Me has hecho ver la claridad del mundo y la posibilidad de la alegría.
Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo.



POEMA 20


PUEDO escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos
           árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis
          brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.



ODA A LA MANZANA



A ti, manzana,
quiero
celebrarte
llenándome
con tu nombre
la boca,

comiéndote.
Siempre
eres nueva como nada
o nadie,
siempre
recién caída
del Paraíso:
plena
y pura
mejilla arrebolada
de la aurora!
Qué difíciles
son
comparados
contigo
los frutos de la tierra,
las celulares uvas,
los mangos
tenebrosos,
las huesudas
ciruelas, los higos
submarinos:
tú eres pomada pura,
pan fragante,
queso
de la vegetación.
Cuando mordemos
tu redonda inocencia
volvemos
por un instante
a ser
también recién creadas criaturas:
aún tenemos algo de manzana.
Yo quiero
una abundancia
total, la multiplicación
de tu familia,
quiero
una ciudad,
una república,
un río Mississipi
de manzanas,
y en sus orillas
quiero ver
a toda
la población
del mundo
unida, reunida,
en el acto más simple de la tierra:
mordiendo una manzana.








NO ME LO PIDAN

Piden algunos que este asunto humano
con nombres, apellidos y lamentos
no lo trate en las hojas de mis libros,
no le dé la escritura de mis versos:
dicen que aquí murió la poesía,
dicen algunos que no debo hacerlo:
la verdad es que siento no agradarles,
los saludo y les saco mi sombrero
y los dejo viajando en el Parnaso
como ratas alegres en el queso.
Yo pertenezco a otra categoría
y sólo un hombre soy de carne y hueso,
por eso si apalean a mi hermano
con lo que tengo a mano lo defiendo
y cada una de mis líneas lleva
un peligro de pólvora o de hierro,
que caerá sobre los inhumanos,
sobre los crueles, sobre los soberbios.
Pero el castigo de mi paz furiosa
no amenaza a los pobres ni a los buenos:
con mi lámpara busco a los que caen,
alivio sus heridas y las cierro:
y éstos son los oficios del poeta
del cantor y del picapedrero:
debemos hacer algo en esta tierra
porque en este planeta nos parieron
y hay que arreglar las cosas de los hombres
porque no somos pájaros ni perros.
Y bien, si cuando canto a todos los que quiero,
o cuando ataco todo lo que odio,
la poesía quiere abandonar
las esperanzas de mi manifiesto
yo sigo con las tablas de mi ley
acumulando estrellas y armamentos
y en el duro deber americano
no me importa una rosa más o menos:
tengo un pacto de amor con la hermosura:
tengo un pacto de sangre con mi pueblo.

  De canción de gesta 1960.

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