martes, 14 de agosto de 2007

CULTURA, IDENTIDAD Y GLOBALIZACION

Estamos en los inicios de un nuevo milenio, y como ocurre siempre en el umbral de los grandes cambios, profetas modernos, cientistas sociales y/o gerentes culturales, como se dice hoy, anuncian un orden mundial diferente que se caracterizará, según éstos, por procurar la participación de las grandes y pequeñas naciones en un proyecto conjunto de relaciones sociales, culturales y económicas al que se le ha llamado globalización o aldeanización del mundo. La globalización en la economía, las comunicaciones y las tecnologías no es un tema exclusivo de ellas, sino que también permea hacia lo social y cultural en sentido general, ejerciendo una significativa influencia en la cultura de los pueblos, transformando así las relaciones más cotidianas de los seres humanos de forma radical. La considerable cantidad de dominicanos que han emigrado fuera del país, y las repercusiones económicas y socio-culturales de este hecho, hacen del mismo un fenómeno trascendente dentro de nuestra contemporaneidad. Hoy podemos observar como la comunicación y el intercambio con otras culturas se ha incrementado en forma rápida. Es nuestro interés al situar estas nuevas nociones acerca de la identidad y marcos referenciales para definirla, hacer ver que la gran circulación migratoria en el mundo y en nuestro país, así como el acelerado desarrollo de la comunicación que ha hecho realidad la concepción del planeta como una "aldea global" y de interconexión, impone la necesidad de manejar el concepto y proceso de identidad bajo nuevas ópticas y bajo una concepción diferente a la tradicional, en sintonía con la realidad de hoy. Nuestra identidad no puede definirse ya por la pertenencia exclusiva a una comunidad nacional. El objeto de estudio no debe ser entonces sólo la diferencia, sino también la hibridación. Cuando menos, la noción clásica de identidad debe ser repensada. Si como se ha dicho, "La cultura es la máxima expresión de la identidad", y nuestras culturas locales se encuentran cada vez más mediadas por los procesos migratorios y por el formidable avance de la tecnología de la comunicación, entonces es de lugar que la identidad sea cada vez más transterritorial e híbrida. Esta transterritorialidad e hibridez no supone en nuestra consideración, la anulación de la especificidad que surge de la forma en que se combinan los diferentes elementos de la diversidad cultural, producto de procesos socio-económicos, socio-históricos y culturales, que han hecho posible la conformación de la nación dominicana y que permiten hablar con plena validez de identidad cultural y nacional propias. Entender la globalización, o bien la aldeanización del planeta tierra sólo en sus aspectos negativos, sería oponerse a la modernización, pues el desarrollo de un país no necesariamente debe enfrentar lo tradicional y lo moderno como un hecho inaplazable. Se puede transitar una política de desarrollo social, articulando las formas tradicionales de la cultura a nuevas categorías que impliquen bienestar social imprescindible para cualquier avance orientado hacia la lucha contra la pobreza y la exclusión cultural. Debemos estar bien claro que en todo este proceso de cambios culturales a que se ve abocada la humanidad, se presentaron diversas formas o manifestaciones de transculturización y resistencia, igual que en otros momentos de la historia vivida por la humanidad. Esa resistencia cultural no es otra cosa que una manifestación nacional y surge como respuesta al peligro de extinción de los que se consideran valores propios. La identidad de nuestros valores o expresiones culturales y populares de la nación estriban en la diferencia de concepción que se tenga frente al fenómeno cultural general y en la diversidad de los enfrentamientos de los actores con su propio medio. En las expresiones populares y folklóricas descansa gran parte de la personalidad de un pueblo, y es que en todo proceso cultural la tradición representa la raíz de la actividad cultural del pueblo, siendo la tradición en donde se asientan los valores que caracterizan la cultura de un pueblo, de ahí la resistencia y respuestas autóctonas y nacionalistas. Entonces parece obligado y necesario definir políticas culturales frente a este nuevo desafío derivado de la globalización; definir las líneas maestras de una política cultural que abarque una visión amplia de la cultura. La comunidad de cultura comporta lo que llamamos la comunidad de evidencias. Toda colectividad segrega un cierto número de ideas, de creencias, de juicio de valor o realidad, que son aceptados como evidentes, y ni precisan demostración, ni justificación, ni apologética. Ninguna cultura es única, todas las culturas están influenciadas por otra cultura y a su vez ejercen influencias sobre ellas mismas. En suma, se impone nuestra reflexión crítica acerca de este momento, el desafío que presenta el nuevo siglo es de mayúscula responsabilidad para sus actores. Es un reto impostergable arribar al nuevo milenio quebrando los obstáculos que impiden la plenitud y desarrollo integral del ser humano, conservando lo genuino nacional, defendiendo el respeto a la pluralidad o diversidad cultural del mundo del mañana, para hacer de nuestras gentes verdaderos ciudadanos con vocación hacia la modernidad.

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