domingo, 18 de marzo de 2012

PALABRAS DE GRACIAS DEL MAGISTRADO GABRIEL SANTOS, EN RECONOCIMIENTOS A JUECES RETIRADOS DEL PODER JUDICIAL.

Dr. Mariano Germán Mejía,

Honorable Magistrado Juez Presidente de la Suprema Corte de Justicia y del Consejo del Poder Judicial;
Honorables Miembros del Consejo del Poder Judicial,
Honorables Jueces y Servidores Judiciales objeto de reconocimiento,
Honorables Jueces presentes,
Señoras y Señores:
Se me ha pedido que pronuncie las palabras de gracias en este acto de reconocimiento a los jueces y servidores judiciales que pasan al retiro en cumplimiento del régimen de seguridad social de los jueces, establecido en el artículo 56 y siguientes de la Ley de Carrera Judicial. Se me explicó que este honor obedece a que quién les habla es el juez con mayor tiempo de servicio en las funciones. La jubilación está programada para hacerse efectiva el Primer día de marzo del año en curso. ¡Vaya regalo de cumpleaños¡ Cumplo 71 años el día dos de marzo, y confieso que no estaba preparado para recibir dicho presente. Se me preguntaba con cierta frecuencia si el acontecimiento se produciría pronto. Mi respuesta era que la jubilación ocurriría después del certamen electoral de mayo próximo. Confieso que intuía que el advenimiento se acercaba; pero opté por decir lo contrario para no desanimar al compañero a quien presentía preocupado.
No tengo la menor duda, empero, de que los magistrados objeto de este reconocimiento, tienen como yo el deseo ferviente de expresar su gratitud a Dios Nuestro Señor por haberles permitido ejercer este magisterio durante un tiempo prolongado de su vida. Personalmente tengo el sentimiento de que he correspondido a la confianza que fue depositada en mí para que ejerciera la función más noble y de mayor responsabilidad sobre la tierra: la función de juzgar a mis pares y de ser juzgado por éstos. He procurado hasta ahora ser contado como uno de los 10 justos, cuya conducta a los ojos del insobornable Juez del universo tiene el mérito de procurar su perdón y misericordia a los fines de evitar la destrucción de nuestro pueblo (Génesis 18, v.32). La República Dominicana no conocerá la extinción por causa de nuestros diez justos.
Cada uno de nosotros ha visto evolucionar el Poder Judicial de manera extraordinaria. Nosotros nos iniciamos, empero, en una época en la que sólo ingresaba a la judicatura quien tenía una verdadera vocación de servicio, quien tenía un verdadero llamado de juez. No existía entonces prestigio ni reconocimiento social para quien ostentara el cargo, todo lo contrario, el juez conocía audiencias en casuchas desprovistas de lo indispensable para ejercer su ministerio. Este no contaba ni siquiera con instalaciones sanitarias adecuadas; existía una gran miseria material y, de suyo, esas condiciones impedían que el magistrado lograra infundir que se le reconociera como tal. El juez no contaba con hojas suficientes para la redacción de las sentencias, no había grapadoras, ni bolígrafos, no fotocopiadora, mucho menos buenas secretarias ni abogados ayudantes.
Es en estas circunstancias que surgimos quienes pasamos a retiro. Hube de soportar los enfados de abogados que me acusaron de atentar en contra de su subsistencia material por arrogarme el derecho de intentar reconciliar parejas en proceso de divorcio por incompatibilidad de caracteres en el tribunal que presidía en San Pedro de Macorís.
Permítaseme compartir un testimonio que manifiesta la gloria de Dios. En el año 1999 fui evaluado para permanecer como juez de la Corte de Apelación de Santo Domingo. Entendí que permanecería en el cargo en razón de mi desempeño; pero un magistrado con quien compartía despacho me informó que debía recoger mis pertenencias porque todos seríamos retirados. Repliqué que no me iría porque sentía que Dios me necesitaba como juez. El magistrado me aseguró que Dios no tenía participación en ese asunto sino que la situación era sólo competencia de la Suprema Corte de Justicia. Fui separado del cargo; pero como es fe la sustancia de las cosas que se esperan y la demostración de las cosas que no se ven fui llamado al mes de ser separado hasta el día de hoy.
Estas y otras experiencias me han confirmado que el camino que lleva a la vida es angosto y que el camino que conduce a la muerte es ancho (Mateo 7 vs.l3). El juez de vocación no camina jamás por la senda ancha, es decir, no procura eludir sus responsabilidades, sino que por el contrario trabaja los expedientes que se le asignan con dedicación y desvelo.
A partir del primer día del mes de marzo no estaremos en desempeño; pero seguiremos siendo Magistrados de la República, lo que significa que seguiremos velando porque el Poder Judicial cuente con jueces que honren a la patria con su desempeño, razón por la cual no puedo terminar esta exposición sin expresar al Consejo del Poder Judicial mi temor de que las facilidades logradas por la judicatura nacional hayan hecho que el juez haya dejado de ser tal para convertirse en una figura decorativa a quien se le paga sin que realice su trabajo. El material humano logrado, verbigracia, los abogados ayudantes, se convierten en los verdaderos jueces, lo que, de suyo, hace que el juez trille la senda ancha en detrimento del pueblo, quien debe pagar dos veces a pesar de su pobreza.
Damos gracias por último al Consejo del Poder Judicial por haber sentido el toque del Altísimo para que organizara este acto en reconocimiento a nuestros años de servicio en beneficio del pueblo dominicano.
Muchas gracias.

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