lunes, 23 de enero de 2012

ISMAEL CERNA :POETA Y PATRIOTA GUATEMALTECO.

Ismael Cerna (3 de julio de 1.856 - 1.901) fue un poeta guatemalteco nacido en la hacienda "El Paxte", en las faldas del volcán Ipala. Realizó sus estudios en el colegio de San Buenaventura, graduándose de Bachiller en filosofía. Estudió medicina y ciencias jurídicas sin concluir ninguna de estas carreras. Posteriormente ingresó en el ejército llegando a tener los galones de coronel. A la caída del gobierno del mariscal Vicente Cerna, que era tío suyo, Ismael fue aprhendido y encarcelado. Posteriormente salió exiliado a El Salvador. Regresó subrepticiamente a Guatemala en 1.884 pero nuevamente fue encarcelado. A finales del siglo pasado, por intervención de sus amigos, Estrada Cabrera ordenó a la Tipografía Nacional la impresión de sus poemas.
A GUATEMALA
Ni gritos de dolor, ni acentos de ira hallo en mi corazón.
Al contemplarte desfallece mi voz, mi canto expira. ¿Dónde el numen hallar para cantarte
la ardiente inspiración que al despertarte
haga estallar las cuerdas de mi lira?
El estro audaz, la inspiración bendita,
ambiente y luz y espacio necesita
en su noble y febril desasosiego;
necesita en la gran naturaleza
ejemplos de virtud y de grandeza que arrebatar en su órbita de fuego.
Aquí donde se extiende asoladora, como incendio voraz, la tiranía implacable,
feroz, aterradora;
donde cubre a la ardiente fantasía,
cual fúnebre sudario, ¡patria mía!,
atmósfera letal y abrumadora.
Aquí donde cobarde y sin aliento
se oye no más el mísero lamento
que alza un pueblo infeliz y envilecido;
donde, en vez del estruendo de la lucha,
solamente se escucha del infame látigo el crujido.
No es posible cantar:
la mente inquieta de sacudir aquí no encuentra modo
la oprobiosa estrechez que la sujeta;
aquí, encerrado en círculo de lodo,
en vez de inspiración
siente el poeta vergüenza de los hombres, y de todo.
No, no es aquí donde de luz sediento de espacio y libertad
el pensamiento pueda ensayar el vuelo soberano;
sólo desde las cumbres de los Andes se atreve a desplegar sus alas grandes
el altivo cóndor americano.
No es aquí donde el alma soñadora puede saciar la sed
que la devora de santa libertad y de poesía;
no es aquí donde en estro levantado
puede hablar el poeta acostumbrado a pensar y sentir con osadía.
No es aquí, ¡vive Dios! el noble anhelo
de levantarse y escalar el cielo
en pro de un astro que esplendente asoma,
el ansia de la gloria sacrosanta del corazón de un pueblo que se levanta,
y no del fango en que se hundió Sodoma.
¡Ah! ¿y es esto verdad, patria querida?
¿Es verdad que a los pies de quien te abate te arrastrarás por siempre envilecida?
¿Ya ese tu joven corazón no late,
que dejas ¡ay! sin ira y sin combate
"que te arranquen los déspotas la vida"?
¿Es verdad ¡oh mi patria! que en tu suelo,
americano edén, pensil de flores, se haya extinguido todo noble anhelo;
que estás agonizando de dolores,
y no bajan mil rayos de tu cielo a confundir a siervos y opresores?
Morirás, morirás sin que en tu oído suene nunca un acento
enardecido en patriótico ardor,
una voz fuerte que altiva y poderosa se levante,
tus cadenas quebrante y a la vida del siglo te despierte.
Esclava morirás.
¡Ah, si pudiera convertir mi cerebro en una hoguera,
y arder de inspiración como ardo en saña,
si hallar pudiera en esta tierra esclava, la tempestuosa voz
con que atronaba el sublime Dantón en la montaña!
¡Si yo tuviera sangre de espartanos para dártela toda,
toda, y luego para herir en la frente a tus tiranos
y en rayos convertir este ardor ciego, esta lira que estalla entre mis manos,
y estas férvidas lágrimas de fuego!
Yo quisiera tener la soberana furia del huracán,
o de los mares la voz, aquella voz del gran Quintana,
para gritar las iras populares,
como azota las selvas seculares la horrorosa tormenta americana.
Yo quisiera,
no sé,
siento en el pecho dolor, mucho dolor;
siento una inmensa agitación,
un numen muy estrecho para cantar lo que mi mente piensa.
¡Siento que lloro de ira y de despecho,
y siento que este llanto me avergüenza!
Siento ¡oh patria! que te amo,
y que no puedo infundirte el aliento poderoso del alma libertad,
darte denuedo; porque enfrente del yugo bochornoso,
veo en tus hijos llanto vergonzoso y los veo temblar, temblar de miedo.
¡Oh! malditos los déspotas que hirieron tu hermosa juventud,
los impostores que al carro de los déspotas te uncieron;
malditos los soeces rimadores
que corona de burlas
te pusieron poniendo en el pavés a los traidores.
Malditos los que ven las hondas penas en que tu hermosa juventud expira,
y no osan arrancarte las cadenas.
Maldito también yo,
que ardiendo en ira no he roto contra el déspota mi lira
para darte la sangre de mis venas.

EN LA CARCEL
(A JUSTO RUFINO BARRIOS)
¿Y qué? Ya ves que ni moverme puedo
y aún puedo desafiar tu orgullo vano.
¡A mí no logras infundirme miedo
con tus iras imbéciles, tirano!
Soy joven, fuerte soy, soy inocente
y ni el suplicio ni la lucha esquivo;
me ha dado Dios un alma independiente,
pecho viril y pensamiento altivo.
Que tiemblen ante ti los que han nacido
para vivir de infamia y servidumbre,
los que nunca en su espíritu han sentido
ningún rayo de luz que los alumbre;
Los que al infame yugo acostumbrados
cobardemente tu piedad imploran;
los que no temen verse deshonrados
porque hasta el nombre del honor ignoran.
Yo llevo entre mi espíritu encendida
la hermosa luz del entusiasmo ardiente;
amo la libertad más que la vida
y no nací para doblar la frente.
Por eso estoy aquí do altivo y fuerte
tu fallo espero con serena calma;
porque si puedes decretar mi muerte,
nunca podrás envilecerme el alma.
¡Hiere! Yo tengo en la prisión impía
la honradez de mi nombre por consuelo.
¿Qué me importa no ver la luz del día
si tengo en mi conciencia la del cielo?
¿Qué importa que entre muros y cerrojos
la luz del sol, la libertad me vedes
si ven celeste claridad mis ojos,
si hay algo en mí que encadenar no puedes?
Sí, hay algo en mí más fuerte que tu yugo,
algo que sabe despreciar tus iras
y que no puedes sujetar, verdugo,
al terror que a los débiles inspiras.
¡Hiere…! Bajo tu látigo implacable,
débil acaso ante el dolor impío,
podrá flaquear el cuerpo miserable,
pero jamás el pensamiento mío.
Más fuerte se alzará, más arrogante
mostrará al golpe del dolor sus galas:
el pensamiento es águila triunfante
cuando sacude el huracán sus alas.
Nada me importas tú, furia impotente
,víctima del placer, señor de un día;
si todos ante ti doblan la frente
yo siento orgullo en levantar la mía.
Y te apellidas liberal, ¡bandido!
tú que a las fieras en crueldad igualas,
tú que a la juventud has corrompido
con tu aliento de víbora que exhalas.
Tú que llevas veneno en las entrañas,
que en medio de tus báquicos placeres,
cobarde, ruin y criminal te ensañas
en indefensos niños y mujeres.
Tú que el crimen ensalzas y encarnece
sal hombre del hogar, al hombre honrado;
tú, asesino, ladrón, tú que mil veces
has merecido la horca por malvado.
Tú ¡Liberal…! Mañana que a tu oído
con imponente furia acusadora
llegue la voz del pueblo escarnecido
tronando en tu conciencia pecadora…
Mañana que la patria se presentea reclamar sus muertas libertades
y que la fama pregonera cuente
al asombrado mundo tus maldades;
al tiempo que maldiga tu memoria
el mismo pueblo que hoy tus plantas lame,
el dedo inexorable de la historia
te marcará como a Nerón,
¡infame!
Entonces de esos antros tenebrosos
donde el honor y la inocencia gimen;
donde velan siniestros y espantosos
los inicuos esbirros de tu crimen;
de esos antros sin luz y estremecidos
por tantos ayes de amargura y duelo;
donde se oye entre llantos y gemidos
el trueno de la cólera del cielo,
con aterrante voz, con prolongada
voz, que estremezca tu infernal caverna
se alzará cada víctima inmolada
para lanzarte maldición eterna.
En tanto, hiere déspota, arrebatala honra, la fe, la libertad, la vida;
tu misión es matar: ¡sáciate, mata
mata y báñate en sangre fratricida!
mata, Caín, la sangre
que derrames
entre gemidos de dolor prolijos
¡oh! Infame, el mayor de los infames,
irá a manchar la frente de tus hijos.
Aquí tienes también la sangre mía,
Sangre de un corazón joven y bravo,
No quiero tu perdón me infamaría
Mártir prefiero ser, a ser esclavo.
¡Hiéreme a mí que te aborrezco,
impío!a ti que con crueldades inhumanas
mandaste a asesinar al padre mío
sin respetar sus años, ni sus canas.
Quiero que veas que tu furia arrostro
y sin temblar que agonizar me veas,
para lanzarte una escupida al rostro
y decirte al morir: maldito seas.

EL PERDON

(ANTE LA TUMBA DE BARRIOS)

No vengo a tu sepulcro a escarnecerte,

no llega mi palabra vengadora

ni a la viuda, ni al huérfano que llora,

ni a los fríos despojos de la muerte.

Ya no puedes herir ni defenderte,

ya tu saña pasó, pasó tu hora;

solamente la historia tiene ahora

derecho a condenarte o absolverte.

Yo que de tu implacable tiranía

una víctima fui, yo que en mi encono

quisiera maldecirte todavía.

No olvido que en un instante en tu abandono

quisiste engrandecer la Patria mía.

Y en nombre de esa Patria te perdono.

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